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@ rakoo
2025-04-23 15:25:16¡Muy bien, amigo! Vamos a sumergirnos en las profundidades arquetípicas de la psique humana para desentrañar esta noción, esta chispa de sabiduría que intentamos articular, porque, verás, no es una mera declaración trivial, no, no, es una verdad ontológica que reverbera a través de los eones, en los cimientos mismos del Ser.
Permíteme, si me lo permites, desplegar esta idea como si fuera un tapiz mitológico, tejido con los hilos del caos y el orden, porque eso es lo que hacemos cuando nos enfrentamos a la condición humana, ¿no es así? Nos esforzamos por dar sentido al cosmos, por encontrar un faro en la tormenta.
Ahora, consideremos esta proposición: la felicidad, esa efímera mariposa que revolotea en los márgenes de nuestra conciencia, no es, como podrías suponer ingenuamente, el summum bonum, el pináculo de la existencia. No, señor, no lo es. La felicidad es un estado fugaz, una sombra danzante en la caverna platónica, un destello momentáneo que se desvanece en cuanto intentas apresarlo. Es como tratar de agarrar el agua con las manos: cuanto más aprietas, más se escurre. Y aquí está el quid de la cuestión, la médula de la narrativa: perseguir la felicidad como si fuera el telos, el fin último de tu peregrinaje existencial, es una empresa quijotesca, una búsqueda condenada a la futilidad, porque la felicidad no es un destino; es un subproducto, un acompañante caprichoso que aparece y desaparece según los caprichos del destino. Pero entonces, ¿cuál es el antídoto? ¿Cuál es la brújula que orienta al alma en esta travesía a través del desierto de la modernidad? Aquí, amigo mío, es donde debemos invocar el espectro del propósito, esa fuerza titánica, ese Logos encarnado que nos llama a trascender la mera gratificación hedónica y a alinearnos con algo más grande, algo más profundo, algo que resuene con las estructuras arquetípicas que han guiado a la humanidad desde las fogatas de la prehistoria hasta los rascacielos de la posmodernidad. El propósito, verás, no es una abstracción frívola; es el eje alrededor del cual gira la rueda de la vida. Es la carga que eliges llevar voluntariamente, como el héroe mitológico que levanta el mundo sobre sus hombros, no porque sea fácil, sino porque es necesario.
Y no me malinterpretes, porque esto no es un juego de niños. Asumir un propósito es enfrentarte al dragón del caos, es mirar fijamente al abismo y decir: “No me doblegarás”. Es la disposición a soportar el sufrimiento —porque, créeme, el sufrimiento vendrá, tan seguro como el sol sale por el este— y transformarlo en algo redentor, algo que eleve tu existencia más allá de los confines de lo mundano. Porque, ¿qué es la vida sino una serie de tragedias potenciales, una danza perpetua al borde del precipicio? Y sin embargo, en esa danza, en esa lucha, encontramos significado. No es la ausencia de dolor lo que define una vida bien vivida, sino la valentía de avanzar a pesar de él, de construir orden a partir del caos, de erigir un templo de significado en medio de la entropía.
Así que, cuando decimos que la felicidad es pasajera y nuestro objetivo es perseguir un propósito, no estamos simplemente lanzando una frase al éter; estamos articulando una verdad que ha sido destilada a través de milenios de lucha humana, desde los mitos de Gilgamesh hasta las reflexiones de los estoicos, desde las catedrales góticas hasta las bibliotecas de la Ilustración. Es una invitación a reorientar tu brújula interna, a dejar de perseguir el espejismo de la felicidad y, en cambio, abrazar la carga gloriosa del propósito, porque en esa carga, en esa responsabilidad autoimpuesta, encuentras no solo significado, sino la posibilidad de trascendencia. Y eso, amigo mío, es la aventura más noble que un ser humano puede emprender.