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@ Aveloriado
2024-12-25 08:37:23Como una reciente esposa que luego de una maratónica sesión de fotos y besos requeridos para perpetuar, Se acomoda en el coche que les aguardaba tras la ceremonia y se dispone a acomodar el delineado labial de Joker que le devolvía el espejo, cuando vió rodar el carmín por sobre su regazo. Como esa pobre mujer que, ante desesperante situación, elige entrar al salón con una vincha de cotillón de esas que simulan un cuchillo atravesando el cráneo, para justificar la autopista roja que chorrea por su blanco lienzo. Con esa misma inocente y de pobre humor intención es que relato lo acontecido.
Así como es verdad que Santa existe; Lo he visto tanto en innumerables películas, documentales e informativos. Estantes con inmensidad de bibliografía al respecto. Es verdad también que Santa no es ningún Dios, y por ende, no puede estar en todos lados. Y es por eso que algunas personas acometen la irresponsable y criminal postura de usurpador de identidad, bajo la complicidad de gran parte de la sociedad, y se disfraza de Santa en determinadas ocasiones. Y aquel año el destino me señaló, extendiéndome con la otra mano el vestido destinado a la tarea. Por aquel entonces era una costumbre familiar que había nacido cuando algún pariente viajante había traído el dichoso traje. Yo era muy joven aun. Hacía pocos años que entendía el significado de lo que estaba viviendo y torpemente emulaba lo que con el tiempo conocería como empatía. Pero mi estatura ya daba la talla y el consejo familiar, cuyos miembros ya habían cumplido su labor social dentro de aquella mortaja, dictaminó el sacrificio.
La puesta en escena comenzaba en casa de un vecino en la que ya se había dejado en custodia el avatar, una enorme bolsa de regalos, montones de rellenos para completar el volumen de la foto del panfleto y una campana vieja. Así es como Santa aparecía tocando la campana por la calle y era recibido en la puerta con desorbitados ojos de los más pequeños, muchos de ellos incluso a punto de largar el llanto de la emoción o el susto (dependiendo de el miembro de la familia dentro del atuendo). Cabe mencionar, recordar y hasta recomendar un relato de Landriscina en el que hace mención del detalle que traigo a contexto: El traje era obviamente diseñado a las costumbres del hemisferio norte. Y la tecnología de la época lo conformaba en un gran mameluco rojo con rellenos de vellón, una tupida barba con bigote, también de vellón y un gran gorro montado sobre una blanca, larga y canosa peluca... también de vellón. Estas cualidades le conferían el término usado anteriormente de sacrificio a la tarea con 30ºc. Repartí regalos, canté villancicos y esbocé una burlona y gruesa risotada lo mejor que pude. Cuando terminó mi calvario tomé la bolsa y apuré el paso a casa del vecino. La barba ya dolía. El roce había dejado toda mi cara irritada y la comezón en salvas sean las partes se confundía con escalofríos del sudor que pincelaba mi espalda. Fué a los pocos metros que me percaté. La campana había sido como un llamado a misa y parte del pueblo esperaba a Santa. Una fila de padres se hacían los distraídos ocultando paquetes en mi bolsa mientras otro familiar exhortaba al infante a acercarse en busca de su regalo. El tiempo se desfiguró hasta que la multitud fué mermando cuando ya podía ver la luz del zaguán del vecino.
Recién entonces lo vi. Lo traían en una silla de ruedas. Pero no era una de las comunes que alguna vez había visto. Esa era como los más modernos autos. Tenía cinturones de seguridad. Y aquí es donde te pido, lector, que sepas leer el contexto que intenté mostrar y entender que son recuerdos de alguien que se identifica como “aveloriado”. Y digo lo traían, porque el chico carecía de coordinación como para mover las ruedas. Hubo que hacer una pausa, como congelar la imagen para que pudiera enfocar la mirada lo suficiente y su cabeza se aquiete. No pensé ni sentí la barba durante los minutos que tardó alguna tía para ir a por la cámara de fotos olvidada. Hoy veo las fotos de mi familia de aquel día y muchos ya no están. Incluso alguno de los que ese día recibieron un paquete de mi mano. Pero mi recuerdo de esa noche quedó indeleble junto a las lágrimas de alegría y emoción de esa familia que me dejó parado en la calle, sin entender lo que había pasado, pero con el alma henchida de agradecimiento por haber sido el testaferro.
https://youtu.be/UXQrrxC0L48