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@ Winston Smith
2024-02-20 15:33:26Sudoroso, no sabía si dar cuenta de que se encontraba tendido en el suelo al lado de la cama o de las sensaciones de euforia que todavía lo abordaban. Confusión y claridad se unían en un mismo momento. Sentía que todo fue real. Pero estaba convencido de que nada de ello había sucedido.
Continuaba entumecido de frío aunque los grillos afuera indicaran que se trataba de una despejada noche de verano. Cayó en cuenta de esto cuando no encontró el sweater que estaba buscando. Claro, era verano y todos se encontraban guardados.
Abrió la canilla y comenzó a llenar la bañera con agua caliente. Mientras tanto, se acomodó en una silla en la cocina, dispuesto a tomar una taza de té y meditar sobre lo ocurrido.
Fue solo un sueño, pensó. Uno, como nunca antes. Podía sentirlo como recuerdos, como hechos. Sin embargo, eran sucesos que ocurrían un tiempo después, futuros. ¿Premoniciones? Solo atinó a reír. Siempre fue muy descreído y su razonamiento comenzaba a tomar el control nuevamente. Por lo tanto lo descartó. Al fin y al cabo, eran escenas. Como cuadros en una historieta, que habían sido recortados y algunos descartados. Tenían en apariencia conexión entre ellos, pero no estaban todos los detalles.
En esta obra de teatro que su mente le había proyectado, se había visto con su fiel instrumento en uno o dos salones a los que estaba ya acostumbrado. Pero luego, ocurrieron tres eventos que llamaron su atención.
En primer lugar se encontró participando de una audición. El jurado era prestigioso y los demás artistas eran de renombre. ¡Por supuesto que solo fue un sueño! Exclamó. ¿De qué otra manera podría él estar codeándose con tan distinguida comunidad artística, siendo prácticamente un amateur? Sin embargo, lo que a continuación aconteció, volvió a poner en duda su razón y su corazón. Porque en el sueño, era su turno de tocar. Maravillado y con la piel de gallina quedó al recordar la melodía que hizo sonar con su violoncelo. ¿Bach, Mozart, Feurermann? No, por más que se esforzó no encontró dueño de tal obra de arte. Era novedosa, atípica. Irreverente, la música que surgía de sus manos y del instrumento no seguía las reglas de composición de los grandes. Esa melodía le pertenecía a él. El jurado quedó atónito como los que lo rodeaban, que detuvieron todo lo que estaban haciendo solo para escucharlo. Una vez que se recuperaron del embelesamiento del que fueron víctimas lo aplaudieron y dictaminaron, sin mucho más, que el trabajo era suyo. Le habían impuesto una condición: lo que presentara debía ser tan original como lo que acababan de escuchar.
Cuando se iba a poner a repasar el segundo suceso, notó que había agua entre sus pies, con lo que recordó que había dejado el agua corriendo para llenar la bañera.
Llegó al baño y a tientas cerró la canilla. El ambiente se había colmado de vapor, por lo que abrió la pequeña ventana para disiparlo. Intentando volver a la tarea de rememorar el sueño, apoyó ambas manos a los costados del lavatorio, quedando de frente al espejo. Una sensación fría recorrió como rayo su espalda y fue tal la fuerza con la que apretó las manos que hubiese jurado que escuchó la porcelana rajarse. Es que en el espejo, además de contener el reflejo de sus ojos aterrados, había un mensaje escrito en el vapor que se condensaba en su superficie.
**“Alsina 333. 15 horas. Llevá el violoncelo”**Fueron largas las horas en las que batalló con las sábanas y las almohadas, yendo y viniendo tratando de conciliar el sueño que le era esquivo. No podía dejar de pensar en el mensaje y en el sueño. Sueño, debía encontrarle otro nombre ya que no era justo para lo que le había ocurrido. Finalmente, a altas horas de la madrugada, sus ojos se cerraron y de manera involuntaria se quedó dormido.
Alterado por los ruidos de camioneros que a bocinazos resolvían alguna disputa vehicular se sentó en la cama. Miró el reloj que se encontraba sobre su mesa de luz y sin mucho preámbulo de un salto tomó el primer traje que encontró y se lo puso. Faltaba menos de una hora para las tres y tenía un camino por recorrer antes de llegar a la dirección designada por quien fuera que se comunicaba mediante su espejo. Quizás si hubiese tenido más tiempo, si no hubiese estado tan apurado, habría decidido no concurrir. Pero para cuando se dio cuenta ya se encontraba delante de la puerta que tenía inscripto el número 333.
“Aquí es donde todo se aclarará, donde veré que es todo obra de mi imaginación. Aquí caeré en la cuenta de que estoy más cerca de la locura que del talento sin igual”, pensó. El lugar, era una simple casa de barrio, blanca y sin detalles excepcionales salvo la puerta que era de un vivo color carmesí. No había timbre, solo una dorada aldaba ornamentada por una cabeza de león que sostenía en sus mandíbulas el aro que utilizó para llamar al morador. Sin embargo, nadie salió. Inspiró profundamente para calmarse y volvió a tocar con más fuerza. La puerta cedió y se abrió levemente. Dio un paso atrás instintivamente, pero finalmente atravesó el umbral.
El pasillo era angosto y estaba pobremente iluminado. Al final del mismo vio que había una puerta abierta de donde salía luz. Avanzó y cuando abrió la puerta, la escena que se abría paso delante de él lo obligó a dar media vuelta para salir corriendo. Estaba el jurado y los artistas que ya había visto. Antes que que pudiera emprender su escape, una voz lo detuvo.
—¿Quién es usted?—, le preguntó una mujer con grandes gafas de marco negro.
—¿Yo?, no soy nadie. Debo estar en el lugar incorrecto.
—Esta es una audición para un exclusivo evento. No hubo publicidad y aún así usted llegó puntualmente y trae consigo su instrumento. Usted está aquí porque es el lugar correcto.
Volvió hacia el estudio y se detuvo delante del jurado.
—Escuchemos lo que tiene para nosotros—, dijo la mujer.
Haciendo uso de todas sus fuerzas para no temblar, sacó su violoncelo del estuche y se acomodó en la única silla que había libre dispuesta para la prueba. Sentía que el corazón iba a salir a través de su pecho con cada pálpito más fuerte que el anterior. Sus manos sudaban tanto que el arco se le cayó al suelo. Hizo una pausa, respiró y lo levantó. En ese momento solo pudo hacer una cosa. Cerró los ojos y recordó la pieza que tocó en su sueño. La reprodujo con total fidelidad. Cuando terminó, abrió los ojos y se encontró con un jurado atónito. Todos los que lo rodeaban habían detenido lo que estaban haciendo, solo para escucharlo.
—Deje aquí anotados, su nombre y su dirección. Detalles de la velada y los pasajes de avión le serán enviados. El trabajo es suyo, si presenta una obra tan original como lo que acaba de mostrar.
Pasaron unos días cuando finalmente llegó el correo. En un sobre lacrado con el mismo león que vio en la puerta roja había pasajes de avión a Bariloche para julio de ese año y un folleto del evento. En él se indicaba que el concierto tendría lugar en Llao Llao, y el programa, que tenía grandes figuras nacionales e internacionales, lo ponía a él como el acto central.
En ese momento, ocurrió algo impensado. Su terror ante los sucesos de los últimos días dio lugar a un estado de algarabía que nunca había experimentado. Finalmente su carrera lo iba a llevar a lugares importantes, a codearse con grandes artistas y formar parte de la comunidad más renombrada. Y de repente recordó, que no tenía obra original que pudiera presentar. Él siempre se dedicó a tocar a los clásicos y las veces que trató de componer, nunca logró nada destacable. Allí, fue cuando recordó el segundo de los tres eventos importantes de su sueño. Pero hizo todo lo posible por sacar esa imagen de su mente. No podía concebir la idea de llevarlo a cabo. Tampoco tenía idea de cómo podría ayudarlo a componer algo magnifico. No, debió haberse confundido. Algo así no tiene sentido y no iba a hacerlo.
Aprovechando el tiempo que tenía, se dedicó enteramente a componer. Tomando como base la melodía que tocó en la audición intentó extenderla para ocupar el tiempo que tenía dedicado a su obra en el evento venidero. Escribió varios bocetos.
Igual que en el sueño organizó algunos conciertos en los teatrillos a los que estaba acostumbrado. Buscaba en los espectadores la reacción que le indicara que estaba en el camino correcto. Intentó lograr lo mismo que ocurrió con aquel jurado. Pero fracasó miserablemente. Una y otra vez.
Frustrado pero no más que lo aterrado que estaba, comenzó a considerar la propuesta que el destino le ofreció en el sueño. Como no había detalles de qué lograría obrando de esa manera, nada lo podía convencer de llevarlo adelante. Es que en el sueño, se veía a sí mismo cortándose la punta de los dedos de la mano derecha. El dolor que sintió al hacerlo fue lo que lo despertó aquella noche, no sin antes verse ovacionado en Llao Llao en una fría noche de invierno de Bariloche.
Pero ¿qué más podía hacer? El tiempo pasaba y por más que lo intentaba la obra maestra que buscaba no aparecía.
Como si los pies estuvieran hechos de ladrillos, los arrastró hasta la escalera que conducía al altillo. Recordaba que allí tenía guardado el objeto que lo ayudaría a cumplir con el sacrificio que el destino le demandaba. Era una guillotina, de esas que se usan para cortar hojas de papel. Allí mismo, la retiró de la caja en la que estaba guardada y la colocó sobre una mesa que solo estaba alumbrada por la luz de luna que entraba por la pequeña ventanilla circular.
Alzó la manija y puso los dedos en posición, pero los retiró inmediatamente. Con el puño cerrado acercó la mano a su pecho, como quien cobija a un niño para que deje de llorar. Dio media vuelta y bajó las escaleras. Se sirvió una copa que no duró mucho. Le siguieron otra y otra más. En un momento, sintió que se descomponía; a los tumbos se acercó al baño. Ocho fueron las palabras que lo devolvieron a la sobriedad en un instante:
**“Que aplaudamos de pie, depende solo de vos”**Fue así como esa noche, subió nuevamente al altillo, se paró delante de la luz nacarada y en un contundente movimiento se desprendió las puntas de los dedos.
—¡En qué estoy pensando! Es mi fin, es mi fin—, exclamó angustiado.
Se vendó los dedos y se recostó en la alfombra del living, a llorar hasta que se quedó dormido.
Al otro día sintiéndose completamente derrotado, se incorporó, buscó el violoncelo e intentó tocar. Las cuerdas tensas, solo hicieron que se abriera nuevamente la herida y las vendas se tiñeron del rojo de su sangre. En un ataque de dolor e ira, entró corriendo al baño, y con el puño hizo trizas el espejo que lo había enviado a su ruina.
Pasaron varios días en los que no hizo más que beber y dormir, siempre tirado en la misma alfombra de su casa. Solo pensaba que terminaría en la calle, ya que lo único que sabía hacer y con lo que se ganaba el pan, era tocar el violoncelo. Tumbado en el suelo, giró la cabeza para mirar al instrumento que estaba retozando en el sillón. Se levantó y fue en su búsqueda una vez más. Intentó tocarlo pero no lograba hacer que sonara bien. Se quitó las vendas que ya no le eran necesarias. Sin embargo, el resultado no cambió. Las cuerdas simplemente estaban demasiado tensas para que pudiera tocarlas con los dedos sin punta. Sin más que hacer, aflojo las cuerdas, desafinando el instrumento. Sonaba grave, lúgubre podría decirse, pero sus dedos podían hacerlo sonar.
Probó tocar varias piezas clásicas, pero nada de eso tuvo buen destino. Todo sonaba mal. No encontró manera. Se le ocurrió repasar aquel trozo de melodía que usó en la audiencia. El resultado, lo sorprendió. No era la misma pieza, claro. Pero lo que logró lo dejó estupefacto. Sonaba profundo como un grito bajo el agua. Sin embargo, tenía una potencia magnífica. Afloraban todo tipo de sensaciones de solo escucharlo. Sin dudarlo, intentó extender esa melodía una vez más. Esta vez, el resultado fue completamente diferente. Sonaba bien. No solo bien. Sonaba único.
Y así, como si nada, surgieron melodías debido a estos nuevos sonidos que las cuerdas brindaban. En poco tiempo, su obra maestra estuvo lista.
Miró sus dedos y las lágrimas recorrieron su rostro. Pero no eran lágrimas de dolor. Eran de una profunda alegría silenciosa. Sentía que había triunfado. Solo quedaba esperar.
En los días siguientes, se dedicó a prepararse para el viaje, con tranquilidad. Descansó en su sillón favorito, con su instrumento mirándolo desde la alfombra donde había sentido que su mundo se acababa.
La madrugada era fresca y el rocío todavía estaba presente cuando salía de la zona de preembarque para abordar el transfer que lo dejaría a los pies del avión. Aguardó junto a un puñado de desconocidos en la zona indicada, hasta que llegó el bus y se subió. Con aplomo se dejó caer en su butaca junto a la ventana. Desde allí, curioseaba los nombres de las aerolíneas pintados en las aeronaves de distintos tamaños. Se acercó bastante al vidrio, el cual se empañó. De repente, pudo leer tres palabras en su aliento condensado:
**Clap Clap Clap.**