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@ ManifiestalaAbundancia
2023-07-27 12:45:53LA HABANA, Cuba. – “¿Ahí vive alguien?”, me preguntó con asombro hace años un amigo italiano que llegaba de visita a Cuba por primera y única vez. En uno de sus paseos, no demasiado alejado de la ruta de todo turista primerizo, había asomado las narices en un solar de La Habana. Hacía el calor insoportable de los veranos de aquí. La lluvia del día anterior, unida a todas las pasadas, aún era visible en la humedad de las paredes y molestamente percibida en el enjambre de fetidez que hoy es el “aroma” inconfundible de la ciudad.
Para este amigo, en aquel momento muy joven, que había llegado a Cuba creyendo en cuanto de lindo había escuchado sobre los “grandes logros de la Revolución Cubana”, no era posible que, en la tierra de su ídolo Fidel Castro, no solo existiera algo así tan feo como la cuartería que había visitado por casualidad sino que ese fuese el verdadero “sello distintivo” de un país donde, a pesar de alardear de guerras en África, un viaje al cosmos, de planes quinquenales en la era soviética, de contingentes que construían pedraplenes, hoteles e instalaciones deportivas para unos Juegos Panamericanos en pleno “Período Especial”, no había sido capaz de resolver el asunto de la vivienda para los trabajadores.
Y rápido fue el paso del asombro a la decepción total cuando al día siguiente hizo otros varios “descubrimientos”, como que aquellos lugares miserables no estaban habitados exclusivamente por “marginales” y “desechos de la sociedad” —como algún “ilustre” anfitrión de la Unión de Jóvenes Comunistas quiso hacerle creer—, sino que eran además el hogar de médicos, artistas, incluso de arquitectos e ingenieros para quienes las habilidades de salvar vidas y crear maravillas del ingenio humano jamás les habían sido suficientes para agenciarse un espacio familiar o personal decoroso.
También descubrió por esos días, invitado por el hijo de algún alto dirigente del Partido Comunista a una casona de Miramar, que los principales artífices de la Revolución Cubana, al igual que la mayoría de las figuras más prominentes en el poder, ni siquiera vivían en barrios o bloques de viviendas creados después de enero de 1959 por ellos mismos sino que, simplemente, se habían mudado al día siguiente a las mansiones de esa “burguesía” que decían detestar y combatir, y hasta en algunos casos usaban sus muebles, utensilios, adornos y actitudes de clase de esos que debieron huir y hasta sufrir vejaciones, prisión o expropiación (e igual todo a la vez), obligados por un cambio político supuestamente “en favor de los humildes”.
En muy pocos días, y con apenas veintitantos años de edad, este amigo extranjero concluyó lo que incluso a muchos cubanos y cubanas les ha tomado demasiado tiempo descubrir: que la Revolución no es otra cosa que un largo y tortuoso proceso de sucesivos engaños y desengaños, y que por tantas ilusiones que ha robado y aniquilado, tantos proyectos de vida truncados, debería ser llamada “roboilusión”, que fue precisamente la palabra que usó, hace poco más de 20 años atrás, mientras me explicaba por qué no regresaría jamás a Cuba.
Hace unos días, mientras miraba junto a otro amigo la escena de la película The Mother (de 2023, interpretada por Jennifer López en el papel principal), que intenta recrear (desde algún lugar de Gran Canaria) el ambiente de La Habana en el presente, con las calles sucias, solares mugrientos y edificios deteriorados, comentábamos lo muy poco logrado que fue el intento, aun cuando en el uniforme escolar de unos niños que pasan y la breve discusión de un botero al que le han chocado el “almendrón”, se nota el esfuerzo que hizo la directora del filme por captar nuestra atmósfera “enrarecida” y “exótica”.
Pero, olvidando incluso el cliché de que algo tan feo solo puede ser habitado por “marginales” —entre ¡cajas de naranjas y de pomos leche! en las esquinas (totalmente increíble), entre autos demasiado modernos para la vetustez general que nos agobia, más otros miles de desaciertos—, los edificios en ruina y los solares de la película, bien deprimentes pero fuertes y sin “estática milagrosa”, ni siquiera se acercan a la triste realidad que exhiben los de acá, que son en su mayoría un peligro para la vida de quienes lo habitan.
Viendo el fracaso decepcionante de la escena es que recordé la decepción del amigo italiano, surgida de la contemplación de ese elemento de nuestro “paisaje cotidiano” que a veces, de tan ordinario, dejamos de ver y que son nuestras propias viviendas, nuestras ciudades en ruinas como indudable expresión de un engaño. Elementos a veces tan increíblemente inhumanos, bestiales, que resulta muy difícil para alguien ajeno aceptar que habitemos ahí y que, aun así, muchos todavía no alcancen el desengaño.